Monday, May 07, 2007



Soy la que se sienta en un banco del parque, aquella que se sienta a observar como las hojas se vuelven grises y caen despidiendose de dos temporadas de auge. Cuando poso mi trasero en mi asiento inmediatamente veo como pasa la gente, algunos me miran otros hacen caso omiso de mi presencia, no me importa (o eso digo).

Al cabo de dos días se sienta a mi lado un joven, es moreno y tiene un semblante soñador y a veces utópico, le sonrio levemente, él también a mi y comenzamos a charlar de la vida, sobre caídas y triunfos. Él miró al cielo apoyando toda su espalda en el respaldo de mi asiento, yo lo miré con una mirada curiosa y le pregunté que le ocurría, él se volvió hacia mí y me contó una historia, una historia que recíen empezaba, una historia de amor (esas que me encanta escuchar, en especial cuando está nublado y llueve).

Me contó que conocío a su musa un día casual, una tarde casual, en un momento casual. Ella lucía pelo largo y negro como el carbón, bebía un café leyendo un libro de Cortázar en una cafeteria con aires de antiguedad, a él le sorprendió su mirada fija sobre las líneas de aquel libro ya gastado y con hojas casi cafés, su mirada mostraba entre enamoramiento, suspenso y admiración. Él se sentó cerca de la mesa de ella y disimuló su mirada, escondiéndola tras un diario de prensa sensacionalista. Pidió un café, tratando de no hacerse notar, no queria interrumpir tan asidua lectura de aquella fémina que había capturado su atención.

Al cabo de cinco minutos sorbió su taza de café negro y se acercó timidamente a ella, esta al verlo a su lado le sonrió, marcó la página del libro y lo cerró, lo saludo cortésmente, él sintió como si el mundo le sonriera a través de ella, él la invitó a una segunda taza de café y ella aceptó. Gustoso se sentó al lado de ella, y empezaron a conversar como si hubiesen sido amigos de infancia, todo en aquella tarde un poco fría un poco cálida.
Al caer la noche, ella miró su reloj y le informó a él que debía dejarlo. Él un poco triste le sonrió, ella solo posó su mano en el hombro de él despidiendose, así como si nunca más se fueran a ver.

Él sintió que no podía dejar esto así, la tomó de la mano y le pidió que porfavor no lo olvidara, que a pesar de haberse conocido recién él sentía que ella era su musa. Ella al escuchar estas palabras simplemente le sonrió y le dijo que solo si el deseaba con todo su corazón verla, podría lograrlo. Dicho y hecho ella lo abandonó en la ya fria noche de la oscura ciudad sin ningún rumbo que tomar ni camino a seguir.

Mientras me contaba todo esto, veía como aquellos ojos soñadores brillaban como dos estrellas recien nacidas. Él me pidió una solución, yo solo le dije que esperara, que si el destino así lo quería volvería a verla cuando él menos lo imaginara.

Al decir esto el observó hacia la calle y vió como su musa paseaba aún con su libro bajo sus brazos, su mirada era un poco triste, un poco desolada. Él me miró con emoción y me comentó que ella era el motivo de su alegría, que lo disculpara que iba a ir a saludarla. Asentí con una sonrisa y el se levantó de mi lado, arregló su cabello, sacó una flor del parque y fue con aire decidido a encontrarse con ella.

Así pasaron los meses donde él se sentaba a mi lado y me contaba como iban sus encuentros con su musa, cada vez conversabamos más y más hasta que un día la conocí, estaba tomada del brazo de él, su mirada había cambiado, era reluciente, brillaba y mostraba por sobretodo una cara de felicidad y niñez... esas caras que una nunca va a olvidar.

A veces pasan a verme, me traen un café, otras veces unas flores y cuando notan que estoy un poco aburrida me leen juntos cuentos de Cortázar. Después de despedirse corren en el parque y se quedan acostados en el pasto mirando el cielo, no les importa el tiempo y eso... eso señores es lo mejor.



A mi amigo Luis y su Musa, aquella que llena de alegria su mundo.